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Perú: País donde la “Ley de la Jungla” manda

Actualizado: 19 dic 2024

A raíz de un reportaje espeluznante emitido por Beto Ortiz el pasado 12 de diciembre, en el que se expone una presunta red de prostitución y sicariato vinculada al Congreso (les dejo el enlace abajo para que puedan revisarlo), no puedo evitar reflexionar sobre el nivel de degradación al que habríamos llegado como sociedad. ¿Hasta qué punto las personas estarían dispuestas a transgredir toda norma ética, moral y legal por ambición o codicia?


La expresión "ley de la jungla" encarna perfectamente este tipo de comportamiento. Se refiere a un entorno en el que las reglas no se respetan y donde el más fuerte, astuto o agresivo domina a los demás. En el caso de Perú, esta metáfora encuentra eco en la realidad cotidiana, marcada por una competitividad salvaje e inmoral, donde el "más vivo" sobresale, ignorando el impacto de sus acciones en los demás y en el tejido social. Esta realidad no se limita únicamente a quienes ocupan posiciones de poder; se manifiesta en todos los niveles de la sociedad, sin importar dónde te ubiques en la escala jerárquica.


Podemos percibir esta "ley de la jungla" en múltiples aspectos de nuestra vida diaria. Desde el conductor que nunca falta en la Panamericana Sur que invade la vía auxiliar para ahorrar tiempo, ignorando las normas de tránsito y el impacto en los demás, hasta la empresaria que busca aprovecharse de personas honestas, trabajadoras y de otra cultura con un supuesto quid pro quo. Incluso alcanza a las instituciones, como el caso que motivó la redacción de este artículo. Estas acciones, aunque individuales, son parte de un sistema que refuerza la falta de respeto por las normas y los derechos ajenos, contribuyendo a una cultura de desconfianza y desorden. 


La corrupción es la consecuencia (¿o la causa?) de regirnos por esta “ley de la jungla”. En Perú, la corrupción es pan de cada día. Se encuentra arraigada en casi todas (o todas) las instituciones del país. Es inevitable cuestionarnos cuándo y cómo la corrupción llegó a formar parte de las entrañas de la sociedad. Si nos comparamos con un país primermundista como Estados Unidos, es probable que en este también haya corrupción. Dentro de todo, la “ley de la jungla” nos rige como seres humanos y se encuentra naturalizada en nuestro ADN por mucho que hayamos evolucionado como especie animal. Pero, a diferencia de Estados Unidos, la corrupción en Perú es un componente sistémico que permea todas las instituciones; es la regla y no la excepción. 


Pero, ¿por qué en el país la corrupción es tan latente, tan palpable? ¿Es un aspecto antropológico o sociológico? Considero que ambos. En primer lugar, la supervivencia es una cualidad innata del ser humano. La teoría de la selección natural de Charles Darwin establece que las especies evolucionan y se adaptan a su entorno con el tiempo para garantizar su supervivencia. Este principio biológico encuentra resonancia en el ámbito sociológico, especialmente en la historia del Perú. En un contexto donde la corrupción ha sido una constante histórica, las dinámicas sociales han moldeado los comportamientos colectivos. Como especie adaptativa, los peruanos hemos ajustado nuestro accionar a las circunstancias que nos rodean, muchas veces normalizando prácticas corruptas como mecanismos de supervivencia en un sistema estructuralmente defectuoso.


Si nos remontamos a la época incaica, los pocos registros históricos disponibles no suelen discutir la corrupción como la entendemos hoy. Estos establecen -en su mayoría- que se vivía en un entorno organizado bajo principios de armonía y reciprocidad, donde las sinergias entre las comunidades eran fundamentales para alcanzar un equilibrio casi ideal. La corrupción como la entendemos hoy se agravó con la llegada de los españoles. La falta de supervisión efectiva por parte de la Corona hacia los peninsulares (españoles que emigraron a América durante la época colonial) dio rienda suelta al lado más primitivo del ser humano: una "supervivencia" a toda costa. Y recalco "supervivencia" entre comillas porque, en la mayoría de los casos, no se trataba de necesidad básica, sino de una voraz avaricia disfrazada de justificación. No es de sorprender, entonces, que en la época moderna utilicemos el término “criollada” de manera despectiva para referirnos a un accionar en contra de la ley y la moral.


En el libro de Alfonso Quiroz “La Historia de la Corrupción en el Perú” se detalla cómo desde la época virreinal (1532 - 1821) la corrupción se apoderó de la sociedad para formar -hasta el día de hoy- parte integral de ésta. En aquella época el nepotismo y la centralización administrativa en manos de funcionarios que priorizaban intereses particulares sobre el bien común fueron componentes claves para la proliferación de la corrupción; desde venta de cargos públicos, sobornos y contrabando. ¿Les suena familiar? Y es que casi 500 años más tarde, nada ha cambiado. La corrupción es como un cáncer que se infiltra en la sociedad, avanzando a modo de metástasis para afectar todos los aspectos de nuestras vidas. 


La forma en cómo surgió la corrupción en el país me lleva a una conclusión: parece que el ser humano debe ser constantemente vigilado, guiado y motivado a hacer el bien y acatar las reglas. Por un lado, como seres humanos somos capaces de colaborar y construir sociedades complejas; por otro, tendemos a priorizar nuestro interés individual cuando las normas son ambiguas o su cumplimiento no es exigido perennemente. Esto no debería ser así. La ética y la moral debiesen ser valores inherentes, practicados no por miedo al castigo, sino por convicción y compromiso de vivir en una mejor sociedad.


Como peruanos, nos enfrentamos constantemente con este desafío. En el contexto actual, es más fácil regirnos por la “criollada”. Sin embargo, es un deber el comprender que cada acción cuenta: desde respetar las reglas más básicas de convivencia hasta contribuir activamente a construir una sociedad más ética y solidaria. Dejar de depender de la vigilancia para "hacer lo correcto" es un acto de madurez colectiva. Nuestra responsabilidad -sobre todo si hemos tenido el privilegio de acceder a una educación de calidad-, no es solo observar el problema, sino ser parte activa de la solución. Juntos podemos demostrar que la honestidad y la integridad no son excepciones, sino la base de una verdadera civilización. No alimentemos este cáncer.


Reportaje de Beto Ortiz del 12 de diciembre “Un Asesino en el Congreso”:

 
 
 

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