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El Peso de las Palabras: Una Lección en Comunicación y Empatía

Actualizado: 1 dic 2024

Eres amo de tu silencio y esclavo de tus palabras” es una frase que mi padre me ha repetido innumerables veces y que intento tener siempre presente. Sin embargo, como bien sabemos, entender una idea no siempre garantiza que la apliquemos en cada situación. Y como cualquier ser humano, cometí un error que me llevó a ser esclava de mis palabras.


Hace unas semanas, le hice un comentario a un amigo por chat, desde la confianza que caracteriza nuestra amistad -el cual, sacado de contexto-, pudo sonar duro. Este amigo procedió a hacer un screenshot del comentario y a enviarlo a un grupo; lastimé a más de una persona. Más allá de si este amigo actuó de manera correcta o no, voy a enfocarme en mi error.


Cuando hice ese comentario, no fui consciente del impacto que podría tener. Desde mi perspectiva e intención, no era algo negativo ni mucho menos tenía la intención de herir a alguien. Pero no fue hasta que me lo señalaron que comprendí mi error: asumir que mi amigo interpretaría el comentario tal como yo lo concebía.


Aquí radica una lección clave: la única persona que comprende completamente el contexto y la intención detrás de un mensaje eres tú mismo. Cada individuo interpreta lo que escucha o lee desde su propia realidad, influida por su crianza, experiencias y perspectivas. Es imposible predecir con exactitud cómo alguien más recibirá nuestras palabras -sobre todo a través de un mensaje virtual-, y si esa persona no expresa su interpretación, podemos asumir erróneamente que entendió lo que quisimos transmitir.


En un curso que llevé de “Inteligencia Emocional y Liderazgo”, nos enseñaron una regla de oro: la responsabilidad de que el mensaje sea entendido correctamente recae en el emisor, no en el receptor. Esto significa que somos los emisores quienes debemos asegurarnos de que nuestro mensaje sea claro y de que no deje espacio para malentendidos. Cuando hice ese comentario, lo hice desde una perspectiva que solo habría sido comprensible si mi amigo hubiera podido leer mi mente. No consideré cómo podría recibirlo desde su propia realidad.


Compartí esta situación con una amiga, quien entendió mi preocupación y me recomendó un episodio del podcast de Mel Robbins titulado “Communicate with Confidence: The Blueprint for Mastering Every Conversation”. En él, el invitado Jefferson Fisher, experto en comunicación estratégica, explica cómo manejar malentendidos. Durante una simulación de conversación, cuando el emisor trasmite un mensaje y el receptor responde a la defensiva con un “¿Por qué dijiste eso?”, Fisher recomienda no justificar nuestras palabras, sino preguntar directamente: ¿Qué escuchaste? ¿Qué piensas que quise transmitir?. Este enfoque permite aclarar intenciones y corregir interpretaciones sin generar más conflictos, porque como dicho anteriormente, lo que escuchas y entiendes puede encontrarse en una diferente sintonía a lo que se quiso decir.


Como dijo Joe Dispenza: Your personality creates your personal reality. Cada comunicación está inevitablemente teñida por la subjetividad de quien la recibe. Aunque mi comentario no tenía mala intención, esta experiencia me recordó que, como alguien que valora la honestidad, debo ser aún más consciente de cómo y con quién expreso mis pensamientos. Ser brutalmente honesta no debe ser una excusa para ignorar el impacto de mis palabras en los demás. Además que, en el mundo tecnológico en el que vivimos, es mucho más fácil que se malinterprete un mensaje virtual ya que no se puede advertir el lenguaje no verbal del emisor al momento de darlo.


Esta situación me afectó a nivel emocional: me sentí súper culpable y triste al pensar que había herido a amigos cercanos o que les había podido causar un mal rato con mis palabras. Entendí que, aunque mis intenciones no eran negativas, no basta con tener buenas intenciones si no me tomo el tiempo de comunicarme con cautela. 


En esa línea, Fisher menciona en el podcast una frase que me marcó profundamente. Traducida al español, sería algo como: ¿Qué dicen mis palabras sobre quién soy?. Esa reflexión me hizo detenerme y analizarme. Sé que no soy una persona que busca herir a los demás; mi esencia está en transmitir positividad, amor y empatía. Sin embargo, para que mis palabras reflejen esa verdad, es fundamental que estén alineadas con esos valores. Esta frase me recordó que, además de lo que pienso o siento, mi manera de comunicar tiene un impacto directo en cómo me perciben los demás y en el legado que dejo en mis interacciones.


De esta experiencia me llevo una lección fundamental: no basta con cuidar lo que digo, también es crucial considerar cómo lo digo y cómo puede ser percibido. Si bien no podemos controlar completamente las interpretaciones de los demás, sí podemos esforzarnos por ser comunicadores más responsables, claros y empáticos, asegurándonos de que nuestras palabras reflejen nuestras intenciones. 


Toda experiencia, sea positiva o negativa, es una oportunidad invaluable de crecimiento y aprendizaje. Nos invita a reflexionar, a reconocer nuestras áreas de mejora y a transformar errores en herramientas para avanzar con mayor sabiduría. Al final, lo que realmente importa no es la perfección, sino el compromiso de evolucionar, aprender de nuestras caídas y ser personas que buscan genuinamente ser mejores cada día. 


 
 
 

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