Cinco años después: El tiempo que nos cambió para siempre
- mjvizcarrap
- 11 mar
- 4 Min. de lectura
Era un sábado de verano perfecto, de esos en los que el sol parece haberse alineado con tu plan de bronceado y el mar tiene la temperatura exacta para refrescarte del calor agobiante. Después de un rato en la playa, subí y nos fuimos a almorzar. En las noticias hablaban de un virus que había paralizado una ciudad entera en China, pero, para ser honestos, lo sentíamos lejano, como una de esas historias que solo existen en los titulares.
Acababa de pedir lo que yo llamo el trío perfecto—arroz con mariscos, chicharrón de calamar y ceviche—cuando una amiga miró a mi papá y le preguntó con curiosidad:
—Tío, ¿tú crees que ese virus llegue a Perú?
Mi papá, que es médico y entiende bien la facilidad con la que un virus puede propagarse, respondió con una seguridad que aún hoy resuena en mi cabeza:
—Va a llegar en un par de semanas y sus estragos van a durar cinco años.
No pude evitar soltar una risa incrédula. Dentro de mi lógica, aquella afirmación sonaba exagerada, casi apocalíptica.
—¡Ay, papá! Qué dramático.
Pero, aunque intentara tomármelo a la ligera, había algo en el tono de su voz que dejaba una inquietud latente. La ansiedad por lo desconocido comenzaba a hacerse espacio, aunque en ese momento aún no teníamos idea de lo que nos esperaba. Jamás hubiese imaginado que su predicción estaría—casi—tan acertada.
Cinco años después, miro atrás y todavía me asombra lo rápido que pasó todo. Es el tiempo que dura una carrera universitaria o un mandato presidencial, suficiente para transformar un país o definir el rumbo de una vida. Y, aun así, recuerdo aquel almuerzo en la playa con tanta claridad que me cuesta creer que haya pasado tanto tiempo. En ese momento, me pareció imposible que la pandemia nos marcara de la manera que lo hizo, pero ahora entiendo que mi papá no estaba exagerando. Cinco años pueden sentirse como una eternidad o desvanecerse en un suspiro, todo depende de cómo los vivamos.
Pueden parecer una eternidad si los contamos en incertidumbre, en pérdidas, en días encerrados sin saber cuándo volveríamos a la normalidad. Fueron años de cambios radicales, de replantearnos todo: la manera en que trabajamos, cómo nos relacionamos, qué valoramos. Pasamos de la incredulidad al confinamiento, de los aplausos en los balcones a despedidas sin abrazos, de la ansiedad de un mundo detenido a un regreso que, en muchos sentidos, se sintió abrupto y extraño.
Pero, al mismo tiempo, cinco años pueden parecer un suspiro. Porque cuando miramos atrás, nos damos cuenta de que la vida siguió adelante, que nos adaptamos, que lo que una vez veíamos con una añoranza—como vivir sin mascarillas o volver a los conciertos y a las reuniones familiares—hoy es parte de nuestra rutina. Menos de cinco años fueron suficientes para transformar nuestra realidad, pero también para que el pasado empiece a difuminarse, para que nos acostumbremos de nuevo a la velocidad del mundo.
Y he aquí la paradoja del tiempo: a veces sentimos que se arrastra, y otras veces nos damos cuenta de que se nos escurrió entre los dedos. Durante la pandemia, los días parecían interminables, y ahora nos asombra ver lo rápido que pasó el tiempo; que ese sobrino pandémico empezó el pre kinder hace unos días. Pero lo cierto es que el tiempo no se mide en días o años, sino en experiencias, en aprendizajes, en la huella que nos deja lo vivido.
Para algunos, la pandemia fue una pausa obligatoria que los llevó a hacer un trabajo de introspección dentro de la calma y el silencio de un mundo paralizado. En medio de la incertidumbre, muchas personas aprovecharon el tiempo para enfrentarse con sus principales miedos y su lado mas oscuro, para cuestionarse si estaban donde realmente querían estar o si eran la persona que realmente querían ser. Aprovecharon ese tiempo para reinventarse.
La pausa forzada nos hizo replantearnos prioridades y valorar esas pequeñas cosas que antes dábamos por sentado: la belleza de la rutina, como tomarte un café con tus amigos del trabajo o salir a caminar sin restricciones; los abrazos inesperados que ahora sabemos que pueden terminar siendo el último; los "te quiero" dichos mirándonos a los ojos y no a través de una pantalla; el privilegio de compartir tiempo en familia sin horarios de por medio y, sobre todo, la fortuna de tener salud. También nos impulsó a atrevernos a esos cambios que siempre postergamos, ya sea dejar un trabajo que no nos hacía felices, mudarnos a ese lugar que siempre soñamos o empezar desde cero sin certezas, pero con más valentía.
Para otros, la pandemia fue un punto de quiebre que los impulsó a salir adelante de maneras inesperadas. En el 2020, el PBI se desplomó en un 11.12%, solo para dar un ejemplo*. Pero, dentro de la adversidad, la resiliencia humana nunca dejó de sorprender. Surgieron miles de emprendimientos que nacieron desde la necesidad, pero también desde la creatividad. Gente que nunca había considerado iniciar un negocio se vio vendiendo postres desde su casa, dictando clases en línea, creando contenido en redes sociales o aprendiendo nuevas habilidades que terminaron transformando su futuro.
La pandemia nos cambió, de eso no hay duda. Nos hizo más conscientes de nuestra fragilidad, de la importancia del tiempo y de lo efímero que puede ser todo. Nos enseñó mucho, pero también nos dejó cicatrices, algunas más visibles que otras.
No hay manera de hablar de estos cinco años sin recordar a quienes ya no están y, sobre todo, a aquellos que dieron su vida por el bienestar colectivo. Personas que se fueron demasiado pronto, familias que quedaron incompletas, despedidas que nunca pudieron darse. Cada quien lidió con la pérdida como pudo, porque en ese momento, no había tiempo para procesar el duelo de la forma en que hubiéramos querido. Fue un dolor colectivo, pero también profundamente individual.
Cinco años después, el mundo sigue girando, pero nosotros no somos los mismos. Jamás seremos los mismos. Nos acostumbramos de nuevo a la rutina, a la velocidad del día a día, pero con una conciencia diferente. Sabemos que todo puede cambiar de un momento a otro, que el tiempo que creemos tener garantizado no siempre es seguro. Y, sobre todo, que, en medio de la incertidumbre, lo único que realmente importa es con quién compartimos el camino.
La vida sigue, siempre lo hace. Pero si algo aprendimos en estos años es, que el tiempo vuela, y que lo único que podemos hacer es asegurarnos de vivirlo al máximo.
Te había dejado esto en instagram, pero creo que no puede llegar, así que te lo dejo por aquí. Que hermoso, déjame decirte que lloré al leer tu artículo, transmites mucho al escribir, muchas gracias por este regalo que nos permite ver hacia atras y valorar lo que hemos transitado estos últimos años como sociedad y como seres individuales ❤️